El confort era un elemento más en aquella sala tan interesante. El calor, por alguna extraña razón, descendía desde lo alto.
El objeto era sumamente extraño y sofisticado. Miles de
engranajes se colocaban en sus lugares, funcionando perfectamente bien
gracias a la aclimatación del lugar.
Una sustancia suave y pegajosa se esparcía por fuera, mientras que en su interior se producía el flujo de información que recorría
distancias rápidamente, en el mínimo de tiempo, hasta las terminales más
lejanas.
Tocarla era muy extraño ya que era una
materia muy viscosa la que la rodeaba, muy agradable al tacto, pero
repito: sumamente extraña.
Nada más exacto que el correcto
funcionamiento de aquella cabeza de operaciones, con arquitectónicas curvas, diseñadas
específicamente para sortear los más grandes desafios mentales, cumplían
perfectamente sus finalidades.
La información pasaba cargada de ideas interesantes y no tan interesantes que iban y venían, iban y venían, resolviendo cuestiones con una templanza de acero.
Cerré la canilla luego de enjuagarme el shampoo y corrí la cortina.
Dí media vuelta y atravesé el vapor de la ducha.
Imagino, luego existo
domingo, 14 de septiembre de 2014
martes, 9 de septiembre de 2014
El curioso orden de mi universo
El día estaba alucinante. Aproveché la oportunidad de tener tan buen clima, y decidí lavar mi auto. Hace pocos meses, tras una
larga carrera cuesta arriba y repleta de obstáculos, logré comprar mi
primer auto. Mi nueva adquisición no era la gran cosa para un conocedor
de la industria automotriz, pero para mis ojos significaba el fin de un
período al que no quiero volver nunca más. Recuerdo esas miles de
tardes grises en el 134 rumbo a mi casa. Más bien aquella tarde, mas
siniestra y tétrica que todas las demás. Pero no, me hace tan mal volver a
recapitular aquellos recuerdos tan turbios y llenos de desasosiego.
Allí estaba yo, lavando mi tesoro recién adquirido, diciéndole adiós a esos días que por fin quedaban atrás. Era un cambio de etapas en el que ya no tendríamos que esperar más bondis (yo y mi fiel compañero; el gélido Frío) y por supuesto que estaba desmedidamente feliz por todas las comodidades y ventajas que posee tener movilidad propia .
El auto estaba un poco sucio, por esa manía mía de explorar al máximo los campos verdes que rodean mi ciudad (Venado Tuerto), pero siempre creí que limpiar es terapéutico en cierta medida, ya que uno se convence de tener el poder de ordenar todo con sus manos, y vé ese orden magistral aparecer ante sus ojos.
Entre una pared, una canción de Pescado Rabioso y mi auto, levanté el limpiaparabrisas y al momento de tocar aquel plástico angosto recordé enttonces toda la tarde repleta de tragedia, de un invierno cruel, de un año que desearía no recordar jamás en mi vida...
Volvía de un trabajo que odiaba, lleno de gente que odiaba, con un sueldo que daba lástima y una soledad que me marchitaba las venas cuando decidí hacer aquella estupidez. Fui al baño y me miré detenidamente. Me ví abatido, olvidado e inservible. Me ví como con asco, como quien vé un video lleno de algo que nos disgusta pero no puede dejar de mirar por curiosidad. Me ví y ví ese odio que reinaba dentro de mi alma. Y allí lo decidí.
Abrí la puerta del espejo, y me alivió no verme. Tomé la máquina de afeitar, la desarmé y sostuve entre mis dedos la fría y filosa gillette.
Mientras pasaba el dedo sobre la goma fina del limpiaparabrisas, recordé muy nítidamente el tacto de aquél pedacito de metal. Mientras veía las gotas deslizándose, pude ver la transformación del agua transparente a un rojo escarlata de la sangre. Mientras apoyaba mi mano sobre el vidrio lleno de agua, recordé tocar el mármol con su pequeño charco. Luego recuerdo despertar en el hospital, la charla con la psicóloga que me miraba con cara de "Flaco, ¿¡En-qué-carajo estabas pensando!?" Pero ellos no entienden lo que pasó. Jamás pudieron ni podrán ver lo que ví, sentir lo que sentía, sufrir lo que sufrí.
Volví en mi luego de aquel trance. No sé cuanto tiempo pasó pero noté que ya oscurecía. Y que mis zapatillas estaban recibiendo el chorro tranquilo de una manguera desinteresada en lo que respecta a mis memorias.
Al día siguiente fui al trabajo que me gusta, con el auto (a mitad del lavado) que me gusta, luego de un desayuno que me gusta (café y tostadas con dulce de leche, realmente delicioso). Miré el panorama mientras disfrutaba el café caliente bajando por mi garganta y dilucidé el entorno que me gusta, formado por mi mujer, infalible piedra angular en la cual me sostuve durante el recorrido nocivo de mi vida; mis dos hijas, inefable amor que siento por el fuego de mi corazón: mis dos pequeñas; mi gato, Nousy, que ronroneaba en un sillón y el perro que me miraba con cara de "Cuando me volvés a sacar?".
Y mientras manejaba, me asombraba la siguiente conclusión a la que llegaron mis pensamientos: Son impresionantes las vivencias que una única alma puede atravesar a lo largo de los altibajos gigantescos que va dando su vida.
Lavar el auto, fue lavar mi espíritu. Encontré ese orden magistral en mi nuevo presente, lo ví reinar mi mundo, lo analicé, agradecí y disfruté con cada fibra de mi ser.
Y la manguera todavía está en mis zapatillas, despabilándome, siempre. Pero ya no lo hace de forma tan desinteresada.
Allí estaba yo, lavando mi tesoro recién adquirido, diciéndole adiós a esos días que por fin quedaban atrás. Era un cambio de etapas en el que ya no tendríamos que esperar más bondis (yo y mi fiel compañero; el gélido Frío) y por supuesto que estaba desmedidamente feliz por todas las comodidades y ventajas que posee tener movilidad propia .
El auto estaba un poco sucio, por esa manía mía de explorar al máximo los campos verdes que rodean mi ciudad (Venado Tuerto), pero siempre creí que limpiar es terapéutico en cierta medida, ya que uno se convence de tener el poder de ordenar todo con sus manos, y vé ese orden magistral aparecer ante sus ojos.
Entre una pared, una canción de Pescado Rabioso y mi auto, levanté el limpiaparabrisas y al momento de tocar aquel plástico angosto recordé enttonces toda la tarde repleta de tragedia, de un invierno cruel, de un año que desearía no recordar jamás en mi vida...
Volvía de un trabajo que odiaba, lleno de gente que odiaba, con un sueldo que daba lástima y una soledad que me marchitaba las venas cuando decidí hacer aquella estupidez. Fui al baño y me miré detenidamente. Me ví abatido, olvidado e inservible. Me ví como con asco, como quien vé un video lleno de algo que nos disgusta pero no puede dejar de mirar por curiosidad. Me ví y ví ese odio que reinaba dentro de mi alma. Y allí lo decidí.
Abrí la puerta del espejo, y me alivió no verme. Tomé la máquina de afeitar, la desarmé y sostuve entre mis dedos la fría y filosa gillette.
Mientras pasaba el dedo sobre la goma fina del limpiaparabrisas, recordé muy nítidamente el tacto de aquél pedacito de metal. Mientras veía las gotas deslizándose, pude ver la transformación del agua transparente a un rojo escarlata de la sangre. Mientras apoyaba mi mano sobre el vidrio lleno de agua, recordé tocar el mármol con su pequeño charco. Luego recuerdo despertar en el hospital, la charla con la psicóloga que me miraba con cara de "Flaco, ¿¡En-qué-carajo estabas pensando!?" Pero ellos no entienden lo que pasó. Jamás pudieron ni podrán ver lo que ví, sentir lo que sentía, sufrir lo que sufrí.
Volví en mi luego de aquel trance. No sé cuanto tiempo pasó pero noté que ya oscurecía. Y que mis zapatillas estaban recibiendo el chorro tranquilo de una manguera desinteresada en lo que respecta a mis memorias.
Al día siguiente fui al trabajo que me gusta, con el auto (a mitad del lavado) que me gusta, luego de un desayuno que me gusta (café y tostadas con dulce de leche, realmente delicioso). Miré el panorama mientras disfrutaba el café caliente bajando por mi garganta y dilucidé el entorno que me gusta, formado por mi mujer, infalible piedra angular en la cual me sostuve durante el recorrido nocivo de mi vida; mis dos hijas, inefable amor que siento por el fuego de mi corazón: mis dos pequeñas; mi gato, Nousy, que ronroneaba en un sillón y el perro que me miraba con cara de "Cuando me volvés a sacar?".
Y mientras manejaba, me asombraba la siguiente conclusión a la que llegaron mis pensamientos: Son impresionantes las vivencias que una única alma puede atravesar a lo largo de los altibajos gigantescos que va dando su vida.
Lavar el auto, fue lavar mi espíritu. Encontré ese orden magistral en mi nuevo presente, lo ví reinar mi mundo, lo analicé, agradecí y disfruté con cada fibra de mi ser.
Y la manguera todavía está en mis zapatillas, despabilándome, siempre. Pero ya no lo hace de forma tan desinteresada.
jueves, 4 de septiembre de 2014
Lágrimas grises
Siento que pasaron semanas desde nuestro último adiós. Y es que las pocas horas pasaron ante mis ojos humedecidos de manera agonizante. Apenas alcanzo a leer lo que escribo, tu ausencia alimenta en mí un vacío inmenso.
Parece que por cada una de mis lágrimas entra un aire (o más bien un veneno) dentro mío, incrustándose incómodamente en lo profundo de mi pecho.
El día está gris, está más que gris, y por alguna maldita casualidad al momento de dejar de pensarte viene alguien o algo que me hace reencontrarte en mi cabeza.
Dicen que el Sol brilla allá afuera, pero no les creo. No les creo por esta niebla tan intensa que no me permite ver ni mis propias manos. Que me hace sentir como desgarrándome, desangrándome por dentro.
Me hundo en mi cama, tapado entre frazadas y melancolía, luchando para controlar estos recuerdos que se esfuerzan para sumergirme en la tristeza de tu ausencia.
Me hundo en las tinieblas, tanteando ciegamente y tropezando a cada paso, sólo y en la oscuridad, buscando ese Sol del que todos hablan, pero que no logro encontrar en ninguna parte.
Parece que por cada una de mis lágrimas entra un aire (o más bien un veneno) dentro mío, incrustándose incómodamente en lo profundo de mi pecho.
El día está gris, está más que gris, y por alguna maldita casualidad al momento de dejar de pensarte viene alguien o algo que me hace reencontrarte en mi cabeza.
Dicen que el Sol brilla allá afuera, pero no les creo. No les creo por esta niebla tan intensa que no me permite ver ni mis propias manos. Que me hace sentir como desgarrándome, desangrándome por dentro.
Me hundo en mi cama, tapado entre frazadas y melancolía, luchando para controlar estos recuerdos que se esfuerzan para sumergirme en la tristeza de tu ausencia.
Me hundo en las tinieblas, tanteando ciegamente y tropezando a cada paso, sólo y en la oscuridad, buscando ese Sol del que todos hablan, pero que no logro encontrar en ninguna parte.
domingo, 6 de octubre de 2013
Celebración de la fantasía
Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había desprendido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien? -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.
Eduardo Galeano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien? -le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.
Eduardo Galeano.
viernes, 12 de julio de 2013
Ríos Metafísicos. Julio Cortázar.
“Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando
en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer
para levantarse mejor con el impuso. Yo describo y defino y deseo esos
ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el
puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No
necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna
conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso,
esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las
verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en
perjuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser
absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah,
dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.” (Rayuela, Julio
Cortazar)
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